En Ginebra, en 1914, un joven de quince años descubre la original filosofía de Arthur Schopenhauer y decide emprender el titánico esfuerzo de estudiar en solitario el idioma alemán. El propósito final consistía en leer al filósofo en su lengua nativa, decisión a la que habían contribuido otros hallazgos, unas lecturas del idealista escocés Thomas Carlyle (1795-1881) y el viaje de una familia porteña, que en plena Primera Guerra Mundial, decide trasladarse al territorio neutral suizo con la doble intención del cuidado de la deteriorada vista del padre y de la educación de los hijos, Jorge Luis y Norah (Borges, 1999a: 40-44). A partir de aquí, serán numerosas las ocasiones en las que Jorge Luis Borges mencione su admiración por el filósofo, aunque de todas ellas, sobresale la enérgica expresión de 1960: “pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra” (OC 2: 232). Interesa la sentencia, porque además de efectiva en su devoción, conecta indirectamente con un sugerente destino: el del orientalismo.
A través de las dos grandes fuentes citadas –bibliografías alemanas e inglesas— el joven reflexionó acerca de ese deleite oriental que había descubierto durante su infancia en Buenos Aires, primero, con el apoyo de su británica biblioteca familiar, y después, con las obras germanas halladas en Suiza. El mundo de la erudición de sesgo orientalista queda patente desde esos primeros años y no cabe duda de que un importante acicate de su apasionado emprendimiento descansa en la filosofía de Schopenhauer, avezado introductor de los mitos hindúes como método de reflexión del pensamiento occidental del siglo XIX. El texto “Ginebra”, incluido en el libro Atlas de 1984, incluye estos razonamientos:
Le debo, a partir de 1914, la revelación del francés, del latín, del alemán, del expresionismo, de Schopenhauer, de la doctrina del Buda, del Taoísmo, de Conrad, de Lafcadio Hearn y de la nostalgia de Buenos Aires (OC 4: 418).
En la década de los años veinte, a la vuelta de su largo viaje europeo, Borges continúa su aproximación a la obra capital schopenhauereana El mundo como voluntad y representación (1819), en la cual profundiza gracias a su entrañable amistad con el escritor Macedonio Fernández, quien era su vez amigo y compañero de estudios de su padre, por lo que se había acostumbrado a tenerlo presente en casa antes del periplo familiar a Europa (Williamson, 2006: 119; Pérez, 1968: 99). Amistad e indagación literaria se unen en los dos escritores desde 1921 hasta fortificar los asombros de un adolescente, Borges, que ve en su maestro, Macedonio, una inspiración extraordinaria del mundo filosófico occidental y oriental con el que logrará un nuevo cosmopolitismo literario.[...]
SEGUIR LEYENDO... Artículo publicado: «Borges: Cómo llegar a Oriente a través deSchopenhauer, Macedonio y Xul Solar » en Cartaphilus (2011) 9, pp. 64-81
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